Malos Vecinos • 2024-02-10
El ruido en Latinoamérica es un problema del que nadie escapa. ¿Somos fanáticos del ruido o es un problema de empatía? Descúbrelo ahora.
Las ciudades y zonas rurales de América Latina son víctimas de una invasión sin precedentes. El invasor es un viejo conocido que cada vez se hace más fuerte en nuestras ciudades: el ruido.
Bocinas de vehículos y motos, camiones de basura, fiestas en la calle y carritos que anuncian alimentos típicos, son solo algunos de los ingredientes que han contribuido a sazonar la problemática del ruido en Latinoamérica. Pero, ¿Siempre hemos sido así?
En muchas películas, series y programas de televisión populares, la figura del latinoamericano está representada por personajes escandalosos, con tonos de voz fuertes, fiesteros y extrovertidos.
Más allá de las creencias populares, la contaminación acústica es una realidad en crecimiento, no solo en territorio latinoamericano, sino también en el mundo entero. En este artículo, analizaremos si el ruido en Latinoamérica es un problema cultural y cuáles son las acciones clave que podemos llevar a cabo para combatirlo.
El ruido excesivo tiene consecuencias nefastas para el cuerpo y la mente. Sonidos de ambulancias, discotecas, parlantes a todo volumen en la calle, serenatas a altas horas de la noche, etc., son solo algunos ejemplos de la “colonización” que la contaminación acústica ha ejercido sobre nosotros.
En Colombia, por ejemplo, ciudades como Medellín y Bogotá presentan cada vez más casos de familias que migran hacia lugares más tranquilos para huir del ruido. Tiene sentido, si tenemos en cuenta que la mayoría de problemas de convivencia están relacionados con la intolerancia entre conciudadanos por el bullicio en horas no permitidas.
Por su parte, Ciudad de México se ubicaba en el puesto 8 de las ciudades más ruidosas del planeta para 2017, mientras que Argentina quedó en el décimo lugar. Esto según el Índice Mundial de Audición, un informe publicado por la organización alemana Mimi Hearing Technologies.
Más hacia el sur, Buenos Aires, está rankeada como la capital más ruidosa de toda Latinoamérica. La industria metalúrgica, el aumento de construcciones en zonas residenciales y la cantidad de vehículos en la ciudad le han hecho merecedora de este puesto.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) reveló en 2012 que al menos 2,6 millones de niños y 28 millones de adultos en la región sufrían de alguna discapacidad auditiva a causa del ruido excesivo. Después de más de una década, el problema solo ha crecido.
El crecimiento poblacional en las grandes urbes, el desarrollo tecnológico y la ausencia de regulaciones claras son algunas de las causas. En este sentido, la OMS ha desplegado esfuerzos para instar a los gobiernos a fortalecer sus marcos regulatorios a fin de reducir la crisis de contaminación acústica, ya que existen vacíos legales que impiden a los ciudadanos encontrar soluciones efectivas.
Asimismo, no hay directrices claras con respecto a los procedimientos a seguir por parte de los ciudadanos a la hora de denunciar casos de ruido excesivo en zonas residenciales. Si bien hay límites en cuanto a los decibelios permitidos, las autoridades parecen “lavarse las manos” como Pilatos cuando llegan las denuncias, o simplemente “no hay personal” para atender este tipo de quejas.
Uno de los principales problemas a la hora de hacer frente al ruido en Latinoamérica tiene que ver con la respuesta que se recibe por parte de los autores del escándalo. La mayoría de las veces, reclamarle al vecino para que baje el volumen de la música o deje de taladrar por las noches puede generar una respuesta violenta.
Al parecer, a veces se nos olvida que no estamos solos y que los demás también tienen derecho a disfrutar del silencio. Pero, ¿acaso no es el Estado el encargado de velar por el cumplimiento de las leyes? Los planes regulatorios también deberían incluir estrategias de concientización ciudadana y, por supuesto, claridad en los límites y las sanciones.
Otras ciudades grandes, como Nueva York, han aplicado medidas para la contaminación acústica de los carros, como instalar cámaras con tecnología de detección de ruido que toma fotos de la matrícula de los infractores y puede enviar multas hasta de 2,000 dólares.
Entonces, ¿el ruido en Latinoamérica es un problema de la región o de falta de empatía? Las creencias populares en torno al derecho de hacer ruido están distorsionadas. Más allá de asignar responsabilidades, las políticas públicas en torno a la contaminación acústica necesitan un verdadero rediseño.
En diciembre pasado, se dio a conocer una investigación publicada en la revista PNAS Nexus que sugiere que la temperatura ambiental podría influir en la magnitud o amplitud de ciertos sonidos del lenguaje hablado.
El estudio, de carácter lingüístico y liderado por la Universidad de Kiel, reveló que las lenguas habladas en zonas más cálidas del mundo tienden a ser más ruidosas que las lenguas que se hablan en las regiones frías.
Los científicos explican que cuando hablamos y escuchamos, las ondas sonoras se transmiten a través del aire, por lo que el sonido puede llegar con más o menos facilidad dependiendo de las condiciones del aire.
En climas muy fríos, las condiciones del aire hacen que sea más difícil producir sonidos. Esto limita la sonoridad del habla y ciertas frecuencias de la voz no se perciben bien. En consecuencia, el sonido es menos intenso. En climas calientes, las altas frecuencias del sonido se perciben mejor, lo que hace que la voz se escuche más fuerte.
Los investigadores detectaron que las regiones del trópico, es decir, las más cercanas a la línea del Ecuador, muestran una tendencia a producir una sonoridad alta. Esto significa que no solo los latinoamericanos producimos ruido en exceso, sino también algunos países de Asia, África y parte de Oceanía.
Incluso el estudio muestra que las lenguas más estruendosas no están en Latinoamérica, sino en Oceanía y África. Las que tienen menor sonoridad son las lenguas kalish, que se hablan en varias zonas de Alaska y la Columbia Británica.
En el pasado, se creía que las lenguas no estaban condicionadas por el entorno natural, según los investigadores. Por tanto, este informe abre el camino a nuevos estudios sobre el tema. Ahora ya sabes que sí, producimos mucho ruido en Latinoamérica, pero no necesariamente somos los que hablamos más fuerte.